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"De Burócratas y Padrinos"

Amalia García Rubí

 

Del estado y el poder y todo lo que ello entraña de sometimiento al ser individual, nos hablan las pinturas recientes de Gustavo Díaz Sosa (Cuba, 1983) en su exposición “De Burócratas y Padrinos”, que ahora celebra en la galería Bat, Alberto Cornejo. Más que un tratado de intenciones sociales o de protesta explícita, los cuadros de Díaz Sosa pretenden simplemente dejar constancia a través de la pintura de cuanto se nos aparece como espectro amenazante cuando tratamos de repasar el devenir existencial de los últimos cien años de historia de la humanidad. En esencia pocas cosas han cambiado o todo está aún por construirse partiendo de la nada desde que Adorno sentenció que “escribir poesía después de Auswitch era un acto de barbarie”.

 

Las pinturas de Sosa, impactantes, incisivas a veces, abren un episodio revisionista más en la lúgubre tenacidad de querer aferrarse el individuo al poder a cualquier precio, aunque para ello sea necesario sacrificar la vida y la dignidad de aquellos para quienes se gobierna. De ahí su lobreguez kafkiana, su fatal existencialismo. Estas salas gélidas habitadas por sombras de negras libreas reunidas entorno a una mesa nos evocan aquella pintura de Goya del Consejo de Filipinas, donde el artista expresaba de manera magistral la desidia indolente de ministros y consejeros de Fernando VII mediante una luz tenue que desdibuja rostros, inmunes ante la desgracia ajena. Las salas enormes “como de mausoleo” (según las describe Carlos Jover en el catálogo), las perspectivas tambaleantes, en picados, y esa atmósfera general de vacío que empequeñece hasta el estremecimiento a los hombrecillos deliberantes, funcionarios autómatas y demás seres alienados, dicen mucho más de lo que parece sobre el ser humano y su condición. Además de remitirnos ligeramente a algunos momentos estelares del arte reciente o postmoderno, desde las bibliotecas de Barceló hasta los interiores de Sigmar PolKe.

 

Quizá a Díaz Sosa, un artista formado en la Cuba de Castro, cuyos orígenes agrícolas no le impidieron batallar desde muy joven para ser pintor,  le venga la casta de un expresionismo fatalista muy ligado al espíritu germanófilo a través de vías apartadas por definición del realismo convencional. De ahí su, al menos aparente, empatía con grandes artistas como Kiefer. “Huérfanos de Babel” da al pintor cubano la clave precisa para hablarnos de los desheredados de la tierra, algo quizá podo o nada habitual en los círculos del arte hoy, preocupados de otras cuestiones digamos no tan dadas a la reflexión. En cualquier caso y tratando de acotar distancias mínimas ( y por ello difíciles a  veces de discernir) entre la universalización de la injusticia y la propaganda ideológica, huelga decir que nos encontramos ante un pintor de indudable valía creativa cuya obra debe interesarnos sobre todo por lo que es en sí y para sí.

 

(Galería BAT, Alberto Cornejo. C/ María de Guzmán 61, de Madrid. Hasta el 14 de diciembre)

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